Interés General
¿A quién le sirve la escalada del conflicto en Medio Oriente?
Irán y Estados Unidos no dan la impresión, por el momento, de perseguir una escalada del conflicto. Netanyahu, en cambio, parece buscar que el conflicto se extienda más allá de Gaza.
Publicado
hace 1 añoel
*Por Said Chaya
Irán y Estados Unidos no dan la impresión, por el momento, de perseguir una escalada del conflicto. La reacción de Teherán, mesurada y preanunciada, se explica por la necesidad de cuidar su prestigio frente a sus aliados regionales, en tanto que Biden quiere evitar una guerra en pleno año electoral. Netanyahu, en cambio, parece buscar que el conflicto se extienda más allá de Gaza. “Hay, en la persistencia de la guerra, una forma de supervivencia para los que se alimentan de ella”, dice Said Chaya en este filoso análisis geopolítico escrito al calor de los acontecimientos.
Aunque solo nos separen poco más de seis meses, la distancia con aquel fatídico sábado de octubre en que Hamas atacó Israel parece una eternidad. Por entonces circulaban en Medio Oriente dos grandes proyectos: la ampliación de los Acuerdos de Abraham, promovida por Estados Unidos, y la consolidación del Memorándum entre Irán y Arabia Saudita, auspiciada por China. El conflicto israelí-palestino ocupaba un lugar secundario en la agenda regional, mientras que la guerra en Yemen estaba en el centro de la atención. Luego del ataque de Hamas, el más brutal que se recuerde sobre la población israelí, le siguió una dura respuesta (aun en marcha) por parte del gobierno de Benjamin Netanyahu que fue denunciada ante la Corte Internacional de Justicia como genocidio. Desde entonces, Medio Oriente camina por la cornisa: de un lado, la contención y el agravamiento de la situación de seguridad en Israel y los territorios ocupados; del otro, un lento pero firme proceso de regionalización que está llevando a toda la zona a un conflicto armado a gran escala. Este último sería un escenario de difícil retorno.
El 1 de abril el primer ministro Netanyahu ordenó atacar la embajada de Irán en Damasco, en un gesto de predecibles consecuencias. La guerra se funda, sobre todo, en la organización; por lo tanto, era razonable pensar que las autoridades de Teherán ordenarían una respuesta. ¿Qué buscaba Netanyahu? ¿Asestar un duro golpe a su enemigo? ¿O hacerlo reaccionar? En el proceso que comenzó el 7 de octubre, la agenda del primer ministro israelí aparece atravesada por la voluntad de provocar el conflicto más allá de Gaza: los enfrentamientos con Hezbollah, las incursiones en la capital siria, la ejecución de un alto mando iraní en un barrio chiíta en Beirut, la violencia desorbitada impuesta a los palestinos, el desafío abierto a las agencias de Naciones Unidas y otras organizaciones no gubernamentales que trabajan en la Franja… “Tanto va el cántaro a la fuente, que al final se rompe”, reza el dicho popular.
Hay, en la persistencia de la guerra, una forma de supervivencia para los que se alimentan de ella. No solo Hamas se agiganta en la opinión pública a través de sus “mártires”. También lo hace, a su modo, el líder del Partido Likud: frente a la amenaza de un enemigo implacable, son pocos los que se animan a enfrentarlo. La sociedad israelí, habituada al ejercicio democrático, da muestras de cansancio con este estilo. Ciertamente, la tregua y la diplomacia han demostrado ser mucho más efectivas para hacer que los secuestrados vuelvan a casa: en diciembre pasado, un acuerdo logró la liberación de ciento cinco secuestrados, mientras que, en sus operaciones militares, el Ejército israelí ha recuperado apenas cuatro. Netanyahu, por lo tanto, ensaya formas de volverse indispensable. Contando con el poder militar más fuerte de Medio Oriente, la regionalización del conflicto resulta, en este esquema, una alternativa final aceptable para un sector probablemente minoritario de la dirigencia israelí. De este modo, piensan, podría dirimirse para siempre su problema con los palestinos, Irán y sus delegados en la zona.
Entre la autonomía y el alineamiento
El presidente estadounidense Joe Biden se involucró de lleno en el conflicto de Gaza desde sus inicios, actuando racionalmente y respaldando la histórica amistad que ha unido a ambos pueblos prácticamente desde la implementación del Plan de Partición en los años cuarenta. Sin embargo, desde la presidencia de Barack Obama el vínculo adoptó una forma nueva. Aunque el respaldo a Israel seguía firme en la opinión pública y el Congreso estadounidenses, los gestos discretos de Obama hacia los palestinos, el manejo de la revuelta de 2011 en Egipto y las negociaciones con Irán para buscar un acuerdo nuclear detonaron algunas fricciones entre ambos líderes. Fue entonces cuando Israel comenzó a ensayar una mayor autonomía en política exterior, autonomía que se mantiene hasta el día de hoy.
Durante su presidencia, Donald Trump se mostró abiertamente favorable a la posición israelí. Promovió un retorno a los antiguos esquemas, donde la enemistad con Teherán estaba más clara, denunciando incluso el acuerdo nuclear de Obama. Y lo mismo puede decirse de la propuesta llamada “Paz para la prosperidad”, un intento de retomar el plan de paz entre Israel y Palestina con condiciones tan ridículas para los palestinos que resultaba imposible de aprobar. La astucia de Trump quedó evidenciada cuando logró que las naciones árabes de Baréin, los Emiratos Árabes Unidos, Marruecos y Sudán entablaran vínculos diplomáticos con Israel. Por un momento, logró materializar el sueño de que era posible una inserción del Estado judío en la región sin un arreglo de la cuestión palestina. Hoy, con el diario del lunes, está claro que la guerra en Gaza pulverizó esas aspiraciones (más allá del considerable aumento del intercambio comercial con Israel, muy ventajoso para los árabes).
Biden no tenía intenciones de apartarse demasiado de la política implementada por su antecesor, aunque perteneciera a otro partido. Siguiendo el esquema de retiro de tropas en Siria, Irak y Afganistán, y la negativa a profundizar la cooperación en Yemen, era evidente que un escenario de guerra en Medio Oriente no estaba en sus planes. Tras los sucesos de octubre, visitó a los líderes árabes afines buscando una salida negociada y encomendó dirigir los esfuerzos del Departamento de Estado a promover una pausa en el conflicto.
Los resultados que obtuvo fueron magros. Conocedor de las internas en Washington, Netanyahu no parece adaptarse tan fácilmente a los pedidos de Biden. El apoyo velado a un alto al fuego en el Consejo de Seguridad fue prueba sutil, pero suficiente, de que la diplomacia estadounidense está a la búsqueda de una estrategia que permita implementar la contención y que rechaza la regionalización. La indagación de respuestas que no incluyan incursiones militares a los drones iraníes que asolaron el espacio israelí el pasado 13 de abril son otra muestra de su reticencia a un conflicto armado que lo incluya. Hay una divergencia de intereses entre los aliados. La percepción de la Casa Blanca es que está siendo arrastrada por la fuerza a un enfrentamiento en el cual su opinión no fue tenida en cuenta. Netanyahu juega sus cartas en un momento crítico, meses antes de una elección presidencial en Estados Unidos. ¿Cuán lejos está dispuesto a ir Biden en la búsqueda de alineamiento que le pide a su aliado y amigo? Solo pretende un mínimo de “disciplina”. Biden no busca un giro copernicano. Estados Unidos sabe donde están sus lealtades. Sólo que no está dispuesto a ser llevado de las narices a una disputa regional en Medio Oriente en este momento. Por ahora, la respuesta iraní a través de sus drones ciertamente le facilita las cosas al líder estadounidense y le permite ensayar una mayor rigidez: puede criticar la agresión del régimen de los ayatollahs en el Consejo de Seguridad, mientras el Departamento de Estado le exige a Netanyahu que evite una nueva escalada militar.
Las razones de Irán
Al igual que Estados Unidos, da la impresión de que el gobierno de Teherán no persigue la regionalización del conflicto. Ha estado evitando esa posibilidad desde aquel infame “Sábado Negro”, cuando le pidió a Hamas que lo desvincule de la operación. El mismísimo líder supremo Ali Jamenei, salió a desmentir cualquier conocimiento previo de la sorpresiva jugada. Aunque, off the record, supiera lo que iba a suceder, no manifestó interés en capitalizar públicamente el golpe asestado a su rival. Incluso ante las incursiones israelíes en Beirut y el sur del Líbano contra los intereses de su aliado íntimo Hezbollah, la esperada respuesta de Teherán quedó latente. La hipótesis más acertada probablemente sea que, en un contexto interno atravesado por la crisis económica, política y social, con un gobierno lejos de los sectores populares y que, desde el asesinato de Mahsa Amini, ha fortalecido la represión en las calles, el presidente Ebrahim Raisi ha estado demasiado ocupado con la cuestión doméstica. Más allá de los discursos encendidos de Jamenei, Irán sabe lo que se juega: si se involucra abiertamente, dejará a Biden acorralado, sin opciones.
El bombardeo a la embajada iraní en Damasco fue algo que Irán simplemente no pudo tolerar. Se trataba, ahora, de cuidar su prestigio frente a sus aliados regionales: Hezbollah, Hamas, los hutíes, el gobierno de Bashar Al-Assad en Siria y las entidades jomeinistas iraquíes (Kata’eb Hezbolá, Organización Badr, Batallones del Imán Ali, etc.). Estas entidades, en su mayoría subnacionales, juegan un rol fundamental en la política exterior de Teherán, articulando con los Cuerpos de la Revolución Islámica, la división militar iraní a cargo de la custodia de los valores que inspiraron el alzamiento de 1979. Cualquiera que piense en estos grupos y los tilde de “peones”, no entiende la verdadera profundidad de la cuestión. Son actores con derecho propio del sistema regional en Medio Oriente, con sus aspiraciones y objetivos; las agendas de los gobiernos más poderosos entablan con ellos un sistema de cooperación y patrocinio, no uno de sujeción esclavista. Arabia Saudita también ha desarrollado sus redes de mecenazgo, lo mismo que Turquía, por ejemplo. Volviendo a la coyuntura, lo cierto es que, después del ataque en Damasco, el silencio de Irán podría tener consecuencias en el rol conductor que ejerce frente a sus socios en la región. La ofensiva que encaró Teherán, cargada de mesura, preanunciada y sin consecuencias de gran calibre, intentó contentar a propios y ajenos. Un gesto para sus socios, pero también para Biden.
Desde la otra esquina, la teoría que se baraja es diferente: Irán no ataca a Israel, rehuyendo de un escenario de guerra abierta, porque sabe que tiene las de perder. No se trata de ejercitar la cautela, sino de evitar la certeza de una derrota. El poderío militar del Estado judío quedó demostrado a través de la respuesta precisa de sus sistemas defensivos de última generación tras la incursión celestial iraní. Siguiendo este argumento, Netanyahu tiene la obligación de perseguir a los infames allí donde se esconden, incluso más allá de las fronteras de su propio país, sea Beirut o Damasco, cuyos gobiernos han permanecido en gran medida al margen del conflicto que se desató en octubre pasado. A Irán no le da el cuero: es el momento de asegurar su derrota, piensa, en su fuero íntimo, un sector de la dirigencia israelí. Esta posición habría que invalidarla no por infundada, sino por peligrosa. Las consecuencias podrían ser inimaginables. Aunque Israel tenga todas las de ganar, la aventura podría salir demasiado cara: una verdadera victoria pírrica.
Una mirada desde el mundo árabe
Las reuniones de Irán con funcionarios de diversos gobiernos árabes, especialmente de la región de la Península, en los días previos al ataque con drones sobre Israel, dan la impresión de que se dio aviso a los países vecinos de sus intenciones de responder. En ese sentido, el derribo de varios aparatos sobre los cielos de Jordania y Arabia Saudita no sería más que una puesta en escena tendiente a la intención de Teherán de satisfacer a propios y ajenos: uno cumple enviando los drones, los otros haciendo lo que se espera: rechazando la violación de su espacio aéreo. Sin descartar del todo una convergencia circunstancial de intereses, imaginar una alianza entre Israel, Jordania y Arabia Saudita parece de cuentos, mucho más después del desastre humanitario en Gaza. Aunque estas monarquías tengan un mayor margen de maniobra, no están exentas de la crítica de la opinión pública.
En estos momentos, ¿cómo se encuentra la relación de Irán con los países árabes? Para ello, basta con mirar en dirección a La Meca. La clave está en el comportamiento de Arabia Saudita. En 2020, Trump implementó los Acuerdos de Abraham con su aprobación, aunque no haya sido de la partida. En Abu Dabi y Manama, las monarquías contaron con el acuerdo de Riad para avanzar en el reconocimiento de Israel y la apertura de embajadas en ese país. Además, en Teherán había, por entonces, un gobierno más sólido y, junto con Siria, el Líbano también era gobernado por uno de sus aliados. Trump alimentaba la grieta en el Golfo. La derrota electoral del mediático presidente estadounidense en noviembre de 2020 alertó a los sauditas, quienes rápidamente promovieron un reacomodamiento. Sobrevino de este modo la reconciliación con Qatar y la creciente autonomía emiratí en el conflicto de Yemen; todo sea por el precio de asegurar la unidad en el Consejo de Cooperación del Golfo. Luego tuvo lugar la reapertura de la embajada en Siria en un gesto hacia Bashar Al-Assad, demostrándole que, en la Liga Árabe, también sería bienvenido en un futuro próximo.
Sin embargo, pocos creían a China capaz de arbitrar un acuerdo entre Teherán y Riad, que llevaban siete años de relaciones interrumpidas. La noticia, anunciada el 10 de marzo de 2023, asombró a todos e hirió especialmente el orgullo estadounidense, que exploraba con Irán la posibilidad de un nuevo acuerdo nuclear que lo trajera de vuelta a la región. De la mano de Beijing, el régimen de los ayatollahs fue recibido en el mundo árabe por su principal interlocutor, Arabia Saudita. Netanyahu y Trump imaginaron la rehabilitación de Israel en Medio Oriente sin los palestinos. Xi hizo posible el regreso de Irán sin el padrinazgo de Estados Unidos. En este contexto, no hay duda de que la silenciosa presión china ha mantenido vivo el memorándum contra viento y marea, a pesar de los tiempos difíciles que corren en la región. Buscará evitar cualquier fallo que comprometa su prestigio internacional. El regreso de los Acuerdos de Abraham a la mesa de negociaciones, en cambio, parece lejano; quedó muy herido luego de las incursiones en Gaza.
Los palestinos, por su parte, están muy limitados. Una dirigencia octogenaria y disgregada, envuelta en constantes peleas intestinas desde hace casi dos décadas, demuestra serias dificultades para erigirse como interlocutor de peso capaz de lograr siquiera un alto al fuego. El descreimiento de Netanyahu acerca de la importancia de un Estado palestino sólido y de interlocutores empoderados conspira en la misma dirección. El ataque de Hamas vuelve compleja cualquier rehabilitación posible de este actor en el debate regional.
Momento crítico para Biden
Mientras tanto, un partido trascendente se juega en Washington. Probablemente no sea el definitivo, pero su relevancia es indiscutida. Si, como dice Netanyahu, es cierto que la guerra en Gaza vino a cambiarlo todo, quizá también implique ajustes en la proyección del vínculo israelí-estadounidense. Quizá sea el momento de poner algunos límites, habilitando por parte de Washington respuestas y “contrarrespuestas” por medios que no requieran el uso de la fuerza armada. Es un momento crítico para el presidente norteamericano.
“Conozco a alguien más poderoso que Napoleón, que Voltaire, que los ministros presentes y los que vendrán: la opinión pública”, decía Talleyrand. Sobreviviente de la Revolución Francesa, el bonapartismo y la Restauración, el funcionario francés nos recuerda que hay una fuerza que susurra en el oído de los políticos que pretenden seguir vigentes, mucho más frente a una elección trascendental. La presión de las calles, lejos de la confrontación, le toma el pulso a los líderes mundiales mientras el mundo ruega, en alerta, la continuación de la guerra por otros medios.
* Analista internacional. Docente-investigador en la Universidad Austral (Argentina).
© Le Monde Diplomatique, edición Cono Sur

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Interés General
Tras un conmovedor funeral, Francisco fue enterrado en su basílica preferida de Roma
Publicado
hace 1 díael
26 de abril de 2025
El “papa entre la gente” fue homenajeado con un masivo funeral en la Plaza de San Pedro, frente a unos 50 líderes mundiales, y luego enterrado en su basílica preferida de Roma.
La expresión latina resume a la perfección lo que se vivió este sábado durante el impresionante funeral solemne de Francisco, que atrajo a esta capital —totalmente colapsada y blindada por un evento histórico— a los poderosos del mundo y a una multitud conmovida por su muerte. En total, unas 400.000 personas se acercaron con fervor y gratitud a despedir a Jorge Bergoglio: 250.000 al funeral en la Plaza de San Pedro y otras 150.000 acompañaron el recorrido del papamóvil que trasladó el féretro hasta la Basílica Santa María la Mayor.
El funeral incluso dio lugar a una suerte de último “milagro” del papa Francisco, defensor a ultranza de la cultura del diálogo en un mundo cada vez más polarizado: un inesperado encuentro entre Donald Trump y Volodimir Zelensky. En una imagen publicada por el presidente ucraniano en sus redes sociales, ambos aparecen frente a frente, conversando con confianza, casi en tono de confesión, sentados en dos simples sillas dentro de la Basílica de San Pedro.
“Su última imagen, que quedará grabada en nuestros ojos y en nuestro corazón, es la del pasado domingo, solemnidad de Pascua, cuando el papa Francisco, pese a sus graves problemas de salud, quiso impartirnos la bendición desde el balcón de la Basílica de San Pedro y luego descendió a esta plaza para saludar, desde el papamóvil descubierto, a la gran multitud reunida para la Misa de Pascua”, destacó en su homilía el cardenal Giovanni Battista Re, decano del Colegio Cardenalicio, quien presidió la solemne misa de exequias.
“A pesar de su fragilidad y el sufrimiento en sus últimos días, el papa Francisco recorrer este camino de entrega hasta el último día de su vida terrenal. Siguió las huellas de su Señor, el buen Pastor, que amó a sus ovejas hasta dar por ellas su propia vida. Y lo hizo con fuerza y serenidad, siempre cerca de su rebaño, la Iglesia de Dios”, expresó el cardenal Re, ante una Plaza llena de emoción. En primera fila, se encontraban los poderosos de la Tierra, entre ellos el presidente Javier Milei, quien ocupaba un lugar privilegiado por ser el presidente del país del Pontífice fallecido. También estaban allí aquellos que, al igual que su amigo, el cartonero Sergio Sánchez, ocupaban siempre el centro de su atención.

Con helicópteros sobrevolando el cielo, zonas inaccesibles rodeadas de vallas y un operativo de seguridad compuesto por más de 11.000 agentes para proteger a las más de 150 delegaciones —entre ellas Donald Trump, Volodimir Zelensky, Emmanuel Macron y los reyes de España—, la jornada, soleada, comenzó al alba.
Incluso algunos jóvenes, con sus bolsas de dormir, pasaron la noche en iglesias cercanas al Vaticano para ser los primeros en llegar a la plaza, que abrió a las 5.30. A esa hora, decenas de ellos, casi corriendo y con banderas en mano, comenzaron a ingresar, radiantes de emoción. En realidad, habían viajado a Roma para asistir a la canonización de Carlo Acutis, el “influencer de Dios”, que se celebraría al día siguiente. Sin embargo, el destino les deparó este evento histórico.
Aunque el Papa había querido una ceremonia simplificada, eligiendo un único ataúd de madera sencilla en lugar de los tres tradicionales (de zinc, roble y ciprés), el funeral de todos modos siguió precisos ritos milenarios. La ceremonia fue tan solemne como la de sus predecesores, con la imponente presencia de presidentes, jefes de Estado, miembros de la realeza, líderes religiosos de diferentes credos, 220 cardenales (entre los que probablemente se encontraba su sucesor), y 750 obispos y sacerdotes, entre ellos muchos argentinos, liderados por el arzobispo de Mendoza, Marcelo Colombo, presidente de la Conferencia Episcopal Argentina.
Todo comenzó con una procesión de “sediari”, quienes, con guantes blancos y entre aplausos, transportaron el féretro hasta el sagrato de la Plaza de San Pedro minutos antes de las 10 de la mañana. El libro de los Evangelios, abierto, fue colocado sobre el ataúd por el ceremoniero vaticano. Y los cardenales que en procesión llegaron desde la Basílica se inclinaron ante él, mientras resonaban los bellísimos coros de la Capilla Sixtina.
En una misa en latín, las lecturas y oraciones fueron en diversas lenguas, inglés, francés, árabe, español, portugués, polaco, alemán, chino, siguiendo el espíritu de la Iglesia católica, es decir, “universal”.
Un repaso por su pontificado
La homilía del cardenal Re resumió la vida y el legado de Francisco, al que definió “un papa en medio de la gente, un papa atento a lo nuevo”.
“En esta majestuosa plaza de San Pedro, en la que el papa Francisco ha celebrado tantas veces la Eucaristía y presidido grandes encuentros a lo largo de estos 12 años, estamos reunidos en oración en torno a sus restos mortales con el corazón triste, pero sostenidos por las certezas de la fe, que nos asegura que la existencia humana no termina en la tumba, sino en la casa del Padre”, dijo al principio, cuando agradeció a todos en nombre del Colegio de Cardenales su presencia.
“Con gran intensidad de sentimiento dirijo un respetuoso saludo y un profundo agradecimiento a los jefes de Estado, jefes de Gobierno y delegaciones oficiales venidas de numerosos países para expresar afecto, veneración y estima hacia el Papa que nos ha dejado”, afirmó, en un sermón en el que resaltó que “la masiva manifestación de afecto y participación que hemos visto en estos días, después de su paso de esta tierra a la eternidad, nos muestra cuánto ha tocado mentes y corazones el intenso pontificado del Papa Francisco”. Aludió así a las más de 250.000 personas que durante tres días hicieron fila para pasar a despedirse por la capilla ardiente que se instaló en la Basílica de San Pedro.
El cardenal Re, de 91 años y que tiene la delicada misión de dirigir las reuniones pre-cónclave, hizo un pequeño resumen del pontificado de Jorge Bergoglio, electo el 13 de marzo de 2013, a los 76 años, con la experiencia de haber sido durante 21 años primer obispo auxiliar y luego arzobispo de Buenos Aires. Y que antes tuvo diversos cargos de responsabilidad en la Compañía de Jesús.
“La decisión de tomar por nombre Francisco pareció de inmediato una elección programática y de estilo con la que quiso proyectar su pontificado, buscando inspirarse en el espíritu de san Francisco de Asís”, recordó.
“Conservó su temperamento y su forma de guía pastoral, y dio de inmediato la impronta de su fuerte personalidad en el gobierno de la Iglesia, estableciendo un contacto directo con las personas y con los pueblos, deseoso de estar cerca de todos, con especial atención hacia las personas en dificultad, entregándose sin medida, en particular por los últimos de la tierra, los marginados”, añadió. “Fue un Papa en medio de la gente con el corazón abierto hacia todos. Además, fue un Papa atento a lo nuevo que surgía en la sociedad y a lo que el Espíritu Santo suscitaba en la Iglesia”, precisó, resaltando luego la revolución que puso en marcha con su forma de ser totalmente diferente.
“Con el vocabulario que le era característico y su lenguaje rico en imágenes y metáforas, siempre buscó iluminar con la sabiduría del Evangelio los problemas de nuestro tiempo, ofreciendo una respuesta a la luz de la fe y animando a vivir como cristianos los desafíos y contradicciones de estos años de cambio, que él solía calificar como ‘cambio de época’”, subrayó.
“Tenía gran espontaneidad y una manera informal de dirigirse a todos, incluso a las personas alejadas de la Iglesia. Lleno de calidez humana y profundamente sensible a los dramas actuales, el Papa Francisco realmente compartió las preocupaciones, los sufrimientos y las esperanzas de nuestro tiempo de globalización, buscando consolar y alentar con un mensaje capaz de llegar al corazón de las personas de forma directa e inmediata”, siguió. “Su carisma de acogida y escucha, unido a un modo de actuar propio de la sensibilidad de hoy, tocó los corazones, tratando de despertar las fuerzas morales y espirituales. El primado de la evangelización fue la guía de su pontificado, difundiendo con una clara impronta misionera la alegría del Evangelio, que fue el título de su primera Exhortación apostólica Evangelii gaudium”, evocó.
Re también destacó que “el hilo conductor de su misión fue la convicción de que la Iglesia es una casa para todos, una casa de puertas siempre abiertas”. Recordó que Francisco solía recurrir a la imagen de la Iglesia como un “hospital de campaña” tras una batalla, para atender a los heridos. “Una Iglesia decidida y dispuesta a hacerse cargo de los problemas de las personas y de los grandes males que desgarran el mundo contemporáneo; una Iglesia capaz de inclinarse ante cada ser humano, más allá de su credo o condición, para sanar sus heridas. Incontables fueron sus gestos y exhortaciones en favor de los refugiados y desplazados”, subrayó.
“También fue constante su insistencia en actuar a favor de los pobres”, agregó Re, al recordar su primer viaje a Lampedusa, “isla símbolo del drama de la emigración con miles de personas ahogadas en el mar”, una definición que generó aplausos. Asimismo, evocó su viaje a la isla de Lesbos, a la frontera entre México y Estados Unidos, y a Irak en 2021, un desplazamiento “realizado desafiando todo riesgo”. “Esa difícil visita apostólica fue un bálsamo sobre las heridas abiertas de la población iraquí, que tanto había sufrido por la obra inhumana de Estado Islámico. Fue también un viaje importante para el diálogo interreligioso, otra dimensión relevante de su labor pastoral”, destacó. “Con la Visita Apostólica de 2024 a cuatro países de Asia-Oceanía, el Papa alcanzó ‘la periferia más periférica del mundo’”, añadió.
“El papa Francisco siempre puso en el centro el Evangelio de la misericordia, resaltando constantemente que Dios no se cansa de perdonarnos: Él perdona siempre, cualquiera sea la situación de quien pide perdón y vuelve al buen camino”, indicó asimismo. “Misericordia y alegría del Evangelio son dos conceptos clave del Papa Francisco. En contraste con lo que definió como ‘la cultura del descarte’, habló de la cultura del encuentro y de la solidaridad”, recordó. “El tema de la fraternidad atravesó todo su Pontificado con tonos vibrantes”, añadió. Luego mencionó sus escritos más relevantes, como la encíclica Fratelli tutti, el documento sobre la “Fraternidad Humana por la Paz Mundial y la Convivencia Común” firmado en Abu Dhabi, y la encíclica Laudato si, dedicada al cuidado de la casa común.
“Imploró la paz”
Ante los poderosos presentes —entre ellos, el presidente ucraniano Volodimir Zelensky, aplaudido al llegar a su zona vip—, el cardenal Re subrayó el constante llamado del papa Francisco a la paz, lo que provocó nuevos aplausos en la plaza. “Frente al estallido de tantas guerras en estos años, con horrores inhumanos e innumerables muertos y destrucciones, el papa Francisco elevó incesantemente su voz implorando la paz e invitando a la sensatez, a la negociación honesta para encontrar soluciones posibles, porque la guerra —decía— no es más que muerte de personas, destrucción de casas, hospitales y escuelas”, afirmó.
“La guerra siempre deja al mundo peor de como era en precedencia: es para todos una derrota dolorosa y trágica. ‘Construir puentes y no muros’ es una exhortación que repitió muchas veces y su servicio a la fe como sucesor del Apóstol Pedro estuvo siempre unido al servicio al hombre en todas sus dimensiones”, afirmó, con un tono de voz que fue creciendo en intensidad y despertó nuevos aplausos.
“En unión espiritual con toda la cristiandad, estamos aquí numerosos para rezar por el papa Francisco, para que Dios lo acoja en la inmensidad de su amor. El papa Francisco solía concluir sus discursos y encuentros diciendo: ‘No se olviden de rezar por mí’”, recordó, finalmente. “Querido Papa Francisco, ahora te pedimos a ti que reces por nosotros y que desde el cielo bendigas a la Iglesia, bendigas a Roma, bendigas al mundo entero, como hiciste el pasado domingo desde el balcón de esta Basílica en un último abrazo con todo el Pueblo de Dios, pero idealmente también con la humanidad que busca la verdad con corazón sincero y mantiene en alto la antorcha de la esperanza”, concluyó, desatando una catarata de aplausos y una profunda emoción entre la multitud.
En un clima de gran recogimiento, y bajo un sol que, a medida que avanzaban las horas, se volvía más intenso —algunos se protegían con paraguas—, tras el rezo del Padre Nuestro en latín, en el momento del intercambio del saludo de la paz, los líderes mundiales se dieron apretones de manos.
Entonces se vio a Trump girar para estrechar la mano de Emmanuel Macron y de otros mandatarios que tenía cerca. Durante la ceremonia, Macron y su esposa, Brigitte, fueron de los que se mostraron más compenetrados, mientras que Lula, admirador del Papa, se dejó ver visiblemente emocionado.
Más tarde, unos 400 sacerdotes distribuyeron la comunión entre la multitud, compuesta en gran parte por jóvenes provenientes de diversos países.
Mientras el silencio era roto por los graznidos de las gaviotas que suelen revolotear en la zona, vino el rito de la “última commendatio” (la última recomendación). Se cantaron después, en medio del tañido de las enormes campanas de San Pedro, las letanías de los santos y llegó el rito de la Valedictio, el último adiós, que pronunció en latín el cardenal vicario de Roma, Baldo Reina.
El final fue una bellísima súplica antigua entonada por patriarcas de las Iglesias Orientales, basada en la liturgia bizantina para los difuntos.
Durante el responso final, el cardenal Re aspergió el ataúd con agua bendita e incienso y rezó para que el alma del Papa fuera encomendada “a la misericordia de Dios”. En ese momento, se levantó un poco de viento, que movió algunas páginas del libro de los Evangelios. Una imagen escalofriante, que también se había visto al final del funeral de san Juan Pablo II, otro pontífice que lo dio todo hasta el final y que murió en abril de 2005, después de la Pascua, como Francisco.
Cuando, al final de la ceremonia, el féretro fue llevado nuevamente adentro de la Basílica, la multitud, que no sólo estaba en la Plaza, sino también, frente a decenas de pantallas gigantes colocadas en la Vía de la Conciliazione, la Piazza del Risorgimento y Castel Sant’Angelo, estalló en un aplauso larguísimo. Entonces las cámaras del Vaticano enfocaron una enorme pancarta que decía “Adiós, padre, maestro y poeta”, firmado por los “Jóvenes de Scholas”, el movimiento que trabaja para una cultura del encuentro de su amigo José María del Corral y otra, simplemente “Grazie Papa Francesco”.
La Nación


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