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Charly García estrenó La Lógica Del Escorpión: La historia de cómo grabó e ideó su esperado disco

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A través del relato de los involucrados, Teleshow reconstruyó la cocina, el contexto y el concepto del décimo cuarto álbum de estudio del genio de la música argentina que salió este 11 de septiembre.

¿Vale repetir que Charly García tomó el concepto para su nuevo álbum, La Lógica del Escorpión, de la película Mr. Arkadin (1955), dirigida y coprotagonizada por Orson Welles? OK, va de nuevo. La fábula de la rana y el escorpión es relatada por Welles mientras encarna a Gregory Arkadin, un misterioso millonario que contrata a Van Stratten, exconvicto con aceitados contactos en el bajo mundo para que investigue sobre su propio pasado. Y remata el cuento con un “¡Brindemos por el carácter!”, celebrado por su corte de lambones que lo escuchan con atención, resacosos tras una brutal fiesta enmascarada.

Amén de esto,el nudo de la película se asemeja a este décimo cuarto álbum de estudio como solista de García. Es que Arkadin, afectado por una presunta amnesia, le pide a Van Stratten que averigüe cómo había sido su vida anterior a su primer recuerdo: una noche del invierno de 1927 en la que despertó en Zúrich con “apenas” dos posesiones, un traje puesto y los 200 mil francos suizos que constituyeron la base de su creciente fortuna. Luego se verá que, en realidad, esta investigación le sirve al poderoso para ir ajustando cuentas del pasado e ir borrando las huellas que lo incriminan, mientras provoca un derrame de sangre y se vuelve más escurridizo. Es un escorpión con un interminable aguijón que va perforando ranas por ahí. Algo así como esta actualización de Charly, que va recordando y linkeando a distintos momentos de su vida pública y privada.

Desde la portada, que fue diseñada por Renata Schuscheim a partir de ideas de García, al igual que la del primer álbum que firmó como solista (Música del alma, 1980, registro en vivo del mítico show titulado El Festival del Amor). El tema 1 es “Rompela”, una versión castellanizada de “Break it up”, que ya había visto la luz en Kill Gil (2007, 2010). Así también como el cover de “Watching The Wheels”, que acá reapareció con otro arreglo y la letra corregida. “Juan Represión”, que había quedado afuera de la edición original de Pequeñas Anécdotas de las Instituciones (Sui Generis, 1974), atacó otra vez pero con la voz de Charly y la sabiduría que otorgan los años. “Te recuerdo invierno”, tema que escribió en su adolescencia, cruza por el barrio de Piazzolla y se trae una melodía melancólica al tono. El “Rap de las hormigas” se mete en la intro de “La Medicina N° 9″ (que a su vez cuenta con la frase “Voy a correr hasta morir”, un guiño a la historia que lo llevó a componer “Canción para mi muerte”), mientras que “Chipi Chipi” encarna el espíritu de “Estrellas al caer”. “Hay gente que tiene sueños recurrentes, yo tengo melodías recurrentes”, se justificó el propio García en algún momento de su descontrolada etapa Say No More cuando se lo cuestionaba por el alto índice de autocovers en sus álbumes.

El menú ecléctico presenta a este álbum como un “grandes éxitos” sin que necesariamente alguno de estos trece temas lo hayan sido. Y a diferencia de Random (2017), no presenta un concepto del todo cerrado. La obra se completa con el oyente mientras Charly manipula su música cual prestidigitador y arma un repertorio a pedir de su propia boca. Esto es lo que quiere decir en este momento de su vida. Con todo, lo más sorprendente y emocionante es escuchar su voz lo más natural posible y al frente de todo. Se percibe en todo momento su esfuerzo por cantar y, en una época en la que las fantasías digitales están a la orden del día, él se muestra más real que nunca. Podría haber sido “Charly GarcIA”, pero optó por descartar ese uso de la tecnología. Eso sí, con el iPad como aliado principal en cuanto a la composición.

Otro punto a destacar es el espíritu de cofradía que montó en torno a La Lógica…, muy similar a cómo lleva Charly su diaria doméstica, con poca gente a su alrededor. Así, los nombres que aparecen tienen mucho que ver con su historia: Pedro Aznar, David Lebón, los Fernandos Kabusacki y SamaleaRosario Ortega, Hilda Lizarazu, Fito Páez, Kiuge Hayashida Toño Silva estuvieron en las sesiones que se realizaron entre octubre del 2020 y diciembre de 2021; casi siempre en el estudio Happy Together, del barrio de Caballito, más otras en Romaphonic, siempre bajo las órdenes del joven Matías Sznaider, ingeniero de grabación y mezcla que acompañó a Charly en todo el proceso del álbum. Con Guillermo Tato Vega, personal manager del artista, asistiendo a todo momento. Y con la discreción como principal ordenadora: la frase “Charly no quiere que se filtre nada” se leía en las paredes de los estudios. Con el misterio a punto de develarse, casi todos los involucrados dieron su testimonio a Teleshow para reconstruir el detrás de escena de este trabajo que se pudo escuchar desde este miércoles a las 21 en las plataformas digitales.

El inicio del proyecto

Matías Sznaider: —Cuando sacó Random, él vino al estudio El Pie, donde yo trabajaba, para mostrarle el disco a su grupo. El estudio me pone a mí para que me haga cargo de la parte técnica y el audio. El llegó solo con Tato y Javito, sus fieles asistentes. Y fluyó muy bien. Eso derivó en que trabaje para un show que hizo en el Caras y Caretas para presentar el álbum (febrero 2017). Salió muy bien y desde ahí seguimos en contacto para hacer más cosas. Entonces, empecé a verlo a él previo a los shows que dio entre 2018 y 2019 para hacer una tanda de ensayos previos a que juntara a la banda, donde armaba las listas de temas. Y en eso, empezamos de a poco a grabar algún tema. De hecho, “Rompela” viene de fines de 2019. Pero el disco empezó en octubre del año siguiente y lo terminamos en diciembre del 2021. Se grabó prácticamente todos los días durante ese período. Después se mezcló durante el verano de 2022. Y ahí se terminó nuestra parte. Lo mandamos a masterizar a mitad de ese año. Y después vinieron todas las gestiones para todo el lanzamiento.

Rosario Ortega: —En La Lógica… y en Random la dinámica fue la misma: él grabó las bases y se inspiraba con algún sample, algún loop. En el anterior, por ejemplo, le pasó con “Primavera” y esa mandolina que tiene. Acá también, empezó usando baterías, que después fueron reemplazadas por Fer Samalea o tocó arriba. Va creando capas, va tocando instrumentos. Y no hay nadie que le proponga ideas a nivel producción. Las hace él mismo. Termina siendo el productor con el ingeniero al lado, que va tomando órdenes, haciendo que el audio crezca y se luzca. Creo que en este disco su voz está más cruda que en el anterior, que estaba más procesada, y acá se ve realmente cómo cantaba Charly en el momento que lo grabó.

Fernando Samalea: —Él es muy de cofradías, nunca está en un papel de productor, haciéndote sentir que tenés que cumplir un rol o deberle algo. Simplemente abre el juego y permite que quienes lo acompañamos hace tanto tengamos la chance de seguir haciéndolo. A lo largo del tiempo se fue haciendo un núcleo que lo acompañó en esto. Abrió su collage, que ya lo tenía bastante armado con Matías, el ingeniero. Tenían unas cuantas ideas de ritmos y fui reemplazando algunas cosas. Siempre con humor y con camaradería. Con esa complicidad que tiene él para sacar lo mejor de cada uno.

Fernando Kabusacki: —El estudio se convirtió en un lugar de encuentro de amigos, de ir a pasar la tarde grabando, con buena onda, camaradería. Muy buen humor siempre. Y la verdad que fue muy lindo. Una situación de grabar muy de lujo. Él tuvo la idea de grabar todos los instrumentos, pero en un momento dijo: “En vez de tocar las guitarras yo, lo llamo a Kabu”. Yo iba a estar en un tema solo, pero al final terminé tocando en dos, tres, cuatro… Empecé a ir varias veces por semana al estudio. Y llegué a grabar en 10 temas de los 13.

Hilda Lizarazu: —Me llamó Mecha (Iñigo), su mujer, de parte de Charly y me dijo de ir a grabar. Fue muy familiar todo el asunto. Y lo recibí con gran alegría, con enorme respeto y por los años de haber laburado juntos. Que estuviera haciendo un disco nuevo, me llenó de alegría. Empecé a soltar mi algarabía desbordante cuando me llamaron, que fue en pandemia. Fui varias veces al estudio, escuché los temas, que todavía estaban en formación. Y puse esas vocecitas, en tres de ellas.

David Lebón: —Es un personaje increíble, yo lo amo tanto al quía… Porque es muy inteligente. Primero, para hacer letras. Son increíbles, muy buenas. Si encontrás el camino, ¿no? Él me dijo que iba a grabar para mi disco Lebón & Co. Pero que a él le gustaría si yo podía grabar, a cambio, un tema con él. ¡Y me hizo grabar dos temas! Estuve como 18 horas en el estudio, más o menos, grabando… Lo amo, lo amo, lo amo…

Pedro Aznar: —“América” la grabamos en una jornada en el estudio Romaphonic. Tanto la música como la letra las compusimos juntos. Entramos al estudio sin el tema compuesto, lo fuimos haciendo sobre la marcha, improvisando y haciendo tormenta de ideas. Charly tenía algunas anotaciones sueltas en un cuaderno. Tomamos algunas de esas notas como punto de partida y a partir de ahí desarrollamos. Y sí, el tema tiene todos los ingredientes de la metodología Tango: improvisación, espontaneidad, interacción, juego. Bien podría haber sido parte de un Tango 5.

Tato Vega: —Charly estuvo muy afilado en la composición. De repente, estábamos en el auto y decía: “Voy a hacer un tema sobre El club de los 27 que sea un blues. Buscaba en el iPad y tenía un demo que se llamaba “Blues”. Y lo terminó al toque, letra y música. Cuando se le ocurrió “Autofemicidio”, lo mismo. Los temas le bajaban al toque.

El concepto sonoro

Fernando Samalea: —El concepto es muy similar al que viene desarrollando en toda su etapa solista: las bases muy fuertes, algunos riffs, esas melodías épicas. La forma en que él entrelaza los instrumentos, como funcionaría una maquinaria: se apaga algo, vuelve a entrar un arreglo que hace un ostinato, el otro pasa por debajo, un contrapunto… Es una mezcla entre toda esa información de música clásica con algo infinitamente rockero. En este caso, es más rockero que de costumbre. Tal vez es un disco más de guitarras que de pianos en sí. Tiene muchos guiños a la alegría de los años 60. Él mismo hablaba de un collage. Random representa algo más tradicional en el sentido cancionístico y acá está la experimentación cinematográfica constantemente, entre algunos samplers, los sintetizadores, la forma misma que tuvo él de reencontrarse con las composiciones que hizo previos a Sui Generis, como “Te recuerdo invierno”.

Fernando Kabusacki: —Si bien este disco fue distinto a los anteriores en los que trabajé con él, hubo mucho de eso que te hace hacer cosas que no entendés para qué. Por ahí te dice: “Tocá esta nota durante un rato, ahora tocá esta nota, ahora este acorde”… y no sabés para qué, porque no tenés en la cabeza lo que él se imaginó. Pero después él le dice al ingeniero: “Abrí tal canal y este otro”, y de repente sale una cosa que no podés creer, algo que él vio y nadie más vio. Eso sigue estando. Cuando hicimos Kill Gil me acuerdo que el proceso era más así.

Hilda Lizarazu: —Yo fui al estudio sin saber qué iba a hacer. Para mí las canciones eran nuevas, también. Por eso pedía que me adelantaran la letra o algo, pero era todo muy hermético. Fui y tuve la letra en el momento en el que grabé, la melodía también. Entonces las tuve que escuchar ahí y hacer lo que pude dentro de mis capacidades musicales. En algún otro momento hice algunas correcciones sin Charly en el estudio y laburé solo con Matías. Yo me sigo poniendo nerviosa si estoy con Charly en alguna situación. Es como que la admiración y el respetoes tal, por más de que ambos somos músicos, que siempre hay una efervescencia. Me sigue moviendo el piso. Hay que comprenderlo a ese escorpión.

Pedro Aznar: —Con Charly tenemos un entendimiento casi telepático, nos leemos la intención uno al otro, ese ha sido siempre nuestro mejor recurso. Y la confianza mutua, dejar al otro hacer con total soltura, sabiendo que el resultado se va a beneficiar.

Fernando Kabusacki: —Es el mismo Charly de siempre. Él tocando un acorde, una nota o abriendo la boca para cantar algo, es el mismo de siempre. Hay algunas diferencias de edad y de estado. Ahora está mucho más tranquilo que en la época en que rompía todo en los estudios y era una especie de “rey supremo” o “príncipe de las oscuridades”, como decían algunos. Incluso la gente le tenía hasta miedo. Ahora está mucho más tranquilo, afable… No sé si decir que maduró (se ríe), pero sí está más tranqui. Está igual de sensible y afilado que siempre. Siempre muy encima de absolutamente todo, no se le pasa una.

Matías Sznaider: —La gran mayoría de las cantadas provienen de una misma toma, por ahí alguna cosita hay de otra, algunos coros que se sumaron que también grabó Charly, pero la idea era que siempre mande una voz líder que transmita la energía que las canciones necesitaban. El factor más determinante en cuanto a esa decisión de cómo se escucha su voz tiene que ver con que nos gustaba la energía que transmitían esas tomas. Y también, fuera de la voz, por más de que en eso es donde más se nota, la idea es que es un disco de Charly tocando: que lo escuches tocando la guitarra, el bajo en varios momentos, tocando un montón de teclados. Que sea un disco honesto y verdadero, un buen reflejo de lo que él hacía en el estudio. Y en el estudio él cantaba muy enérgicamente, muy contento. A su vez, estilísticamente, al ser un disco de rock, tiene una impronta más clásica en cuanto al tratamiento de las voces, menos cargada de artificios. El punto más determinante es la energía que transmite Charly en estas cantadas, con su voz 100% verdadera, de ahora.

El repertorio y las directivas de Charly

Fernando Samalea: —La de “Yo ya sé” es una melodía recurrente de él, que en este momento se afianzó en su cabeza. En varios de sus discos ha rescatado cosas que soñó en su niñez o en su adolescencia. A veces hace canciones inmediatas, que salen y se publican. Y otras que llevan un poco más de tiempo, como en este caso. Creo que es hermosísimo, tiene un humor magistral con eso de “Freud lo ha arruinado todo como Internet”. Y a la vez, la alegría de esas músicas de los años 60, que a él le gusta. En “Estrellas al caer” hay como un guiño bastante rígido, bastante real hacia “Chipi chipi”. Tiene esa capacidad y ese permiso para hacer lo que quiera y generar ese tipo de encuentros entre sí, entre temas que ha grabado hace mucho con temas nuevas o incluso con cosas que podrá componer a futuro. Las autocitas en su música son una constante. Es como un juego y a la vez él se inventó a sí mismo. Es una invención de sí mismo, pionero del metaverso, como siempre digo. De alguna forma, generó un estilo e incluso inventó lo que podría llegar a ser una estrella de rock en nuestro país.

Fernando Kabusacki: —“La pelicana y el androide” es un tema que a mi me conmueve muchísimo en cómo salió. Tiene una sonoridad que no recuerdo haber escuchado en el rock argentino y en el rock de afuera creo que tampoco. Suena muy especialmente power, muy potente. Y también con “Juan Represión” me pasó algo especial: cuando la escuché le dije que me hacía acordar a la primera vez en que escuché “Los dinosaurios”, tiene un contenido muy emotivo. Todo el disco es muy diferente, con distintas coloraturas: desde algo muy denso y tremendo, a algo muy hermoso, como “Te recuerdo invierno”.

Rosario Ortega: —Justo esas dos canciones yo no las conocía. Conozco su discografía, pero justo “La pelicana…” y “Juan…” no los tenía. Entonces, yo creo que mi voz en esta última tiene algo de escucha por primera vez, es algo más fresco. El tema para mí era nuevo y fue descubrirlo en el estudio. “Watching the Wheels” también me emocionó muchísimo. Él tiene la capacidad de hacer versiones traduciendo la letra. Si bien respeta un poco adónde va y el espíritu, el sello de la letra y cómo lo cambia para pasarla por su propio sistema, termina dando un resultado igual de increíble como el original.

Fernando Kabusacki: —Siento que en este disco él está diciendo “esto soy yo”. “Todo esto soy yo: también soy The Byrds, soy Lennon y los Beatles, soy Serú, soy yo con Fito, soy Sui Generis…”. Incluso en la forma en la que habla en la fábula del escorpión y la rana, es como un tipo sabio que te está hablando desde un lugar de madurez, con toda la bondad del mundo, con todo el amor. Charly se está reacomodando a su edad. Su voz está muy limpia, adelante, y no está enmascarada ni demasiado arreglada. Es la voz de él como es.

Rosario Ortega: —Cuando grabamos la fábula, él me fue guiando. Me dijo: “Vos vas a ser la rana en este caso”. Y me iba dictando todo lo que iba a hacer. Escribimos la letra en la pantalla y lo íbamos haciendo. Primero lo grabó él todo de una. Me dijo: “Yo quiero que grabes estas partes”. Así que se fue dando esa interacción. Después, en “Rompela”, que es más arriba, él tiene una actitud más saynomoriana. Esas indicaciones te las va pidiendo: “Cantá más suave, cantá más fuerte”. Le gusta grabar capas de muchas voces, cantar al mismo tiempo, pide que cante sola… Y después se va armando el rompecabezas que él quiere. Esas capas de voces que arman el sonido final.

Lo que vendrá

Hilda Lizarazu: —De este trabajo me llevo como aprendizaje el tesón y la pasión por la música, por hacer canciones. Eso es loable y también es una forma de enseñanza. Si bien “no hay una escuela que te enseña a vivir”, como dice en “Desarma y sangra”, hay una forma de continuar haciendo y creando cosas lumínicas y oscuras, también, por qué no, que es algo que me resulta inspirador.

Rosario Ortega: —La verdad es que no lo escucho desde que lo escuché en el estudio, porque no pude estar en la escucha que se hizo. Así que lo voy a escuchar hoy por primera vez y me voy a volver a sorprender. Y seguramente vuelva a llorar como lloré cuando lo escuché en el estudio, terminado, con él al lado.

Fernando Samalea: —Charly sigue manteniendo ese deseo innato de mostrarse. Hace unas semanas nos juntamos con el Zorrito Von Quintiero y él a escuchar el disco y también tocamos un poco estos temas. Y siempre está la idea, de a poquito y por diversión, sin compromiso de concierto ni nada… O quizás sí, pero en otro momento. La idea es acompañarlo, como decimos en broma, terapéuticamente y tratar de tocar lo que sea. Es una distracción. Él vive para la música. Si él entrena y vuelve a tomar la rutina de ir al estudio, bien puede sacar otro álbum. De hecho, para este disco quedaron como 8 temas afuera, que habíamos grabado. Hay bases, hay de todo. Que no te extrañe que pueda retomar eso pronto y de a poquito perfilar una nueva grabación.

Fernando Kabusacki: —Más allá de todos los que hicimos el disco, también los fans de Charly tuvieron mucho que ver. Este disco sale a la luz gracias a ellos. Había una necesidad de su música en este momento. Me acuerdo de que estábamos en su casa cuando fue su cumpleaños del año pasado y estaba la gente en la vereda. Abrimos la ventana de la habitación de Charly y se escuchaba de afuera a la gente que le cantaba. Él estaba súper conmovido y registra mucho esas cosas. Eso ayudó mucho a que él diga: “Hay gente que quiere escuchar lo que tengo para decir”.

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Cómo es el nuevo documental sobre Atahualpa Yupanqui: La correspondencia con su familia, los viajes por el mundo y la prohibición del peronismo

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Este jueves se estrena Atahualpa Yupanqui, un trashumante, documental de Federico Randazzo Abad que rescata valioso material de Don Ata.

En la definición de la Real Academia Española, la palabra trashumante refiere a aquella persona que cambia periódicamente de lugar. Como sinónimos ofrece los términos nómada, errante y ambulante. Durante una entrevista realizada hace no menos de medio siglo, Atahualpa Yupanqui definió simpáticamente al trashumante como aquel que deja atrás el humo del hogar. “¿Qué quiere decir Trashumante? -pregunta de manera retórica-. Vi en un poema esta palabra que me interesó mucho. Trashumante es el hombre que mira hacia atrás y ve el humo de la cocina de su casa. Quien sabe si retorna. Ese humo es el creador de las primeras nostalgias. Es grato pensar que todos los seres humanos que caminan por el mundo, gracias al recuerdo dulce, no olvidan a sus mayores. El abuelo, la mama, la casa, el patio”.

Tanto la académica como la criolla, cualquiera de estas definiciones bien le sientan a este personaje esencial de la música popular argentina. La mimetización entre significado y significante se confirma con trabajos como la película documental de Federico Randazzo Abad, que se estrenará este jueves. Randazzo fue certero al momento de elegir un nombre para sintetizar esos 93 minutos de biografía que le llevaron años de labor: Atahualpa Yupanqui, un trashumante.

“Cuando tenía 8 años -dice el director-, Atahualpa me sentó en su falda y me retó por estar jugando mientras él hablaba. Estábamos en el patio de la casa de mis abuelos, en una de las derivas de la relación de mi padre con Yupanqui. Treinta años después, el fruto de esa relación me puso frente a un centenar de casetes, cintas abiertas, beta, u-matic, M9000, fílmicos, cartas, postales que fueron de Atahualpa y en muchos casos sobrevivían a décadas de ostracismo. Esos archivos nos permitieron asomarnos al universo de una de las piedras sagradas del panteón de la cultura argentina. El deseo, entonces, fue poner a circular la voz y las canciones de Atahualpa confiando en esa misteriosa forma ancestral de compartir la cultura, que a veces se parecía a un reto. En estos territorios de Sudamérica, definir nuestra identidad sigue siendo un conflicto latente. Me gusta pensar que Atahualpa atesora la respuesta a muchas de esas preguntas que nos desvelan. Y me gusta imaginar que la película sirve como gesto artístico, político o al menos simbólico, para descubrir o visitar una obra de inagotable sabiduría”.

Atahualpa Yupanqui fue un caminante con la profunda convicción de que el ser humano es “tierra que anda”. Es cierto que se lo ha escuchado expresar una especie de lamento en documentos cantados como aquel que se conoce como las “Coplas de baguala del Valle Calchaquí”: “Me ven de poncho y ushutas [alpargatas] muchos se burlan de mí. Por fuera nada parezco, por dentro tal vez que sí ¡Malaya con mi destino, caminar y caminar!”. Sin embargo no era más que una evocación de simpleza, una expresión de andar ligero para no detenerse demasiado en esa vocación de andar y andar. Allí también dice: “Con mi caballo y mi lazo, paso la vida tranquilo. Tengo un letrero en la frente ‘No me vendo ni me alquilo’”. Quizás se vea en esta frase otra gran definición, la de un hombre que ha puesto a la convicción siempre por delante, aún con sus fuertes contradicciones que fueron apareciendo a lo largo de su vida.

Y quizás leyó su destino cuando firmó sus primeros versos, a los 14 años, como Atahualpa Yupanqui (en vez de usar su nombre real, Héctor Roberto Chavero). Con su propia voz se escucha lo que significa el nombre artístico que eligió para su viaje: “Viene de lejanas tierras para contar una historia”; esa sería la traducción aproximada de las palabras.

El documental es sobrio y no tiene secuencias ficcionadas o recreadas. Todo está generado a base de documentación, con un recorrido biográfico y cronológico. No indaga en aquello de lo que poco y nada se sabe (su primer matrimonio, o la hija nacida en 1943 de su relación con Lía Valdez); se centra en ese Yupanqui más accesible, que es viajero incansable, que se nutre fuertemente de los regionalismos pero, al mismo tiempo, indaga en las culturas europeas y de Oriente. En ese sentido, se construye el rompecabezas del perfil de un hombre apasionado por Japón o Hungría y que mantiene una relación de amor-odio con Francia. “Tengo un pacto de no agresión con París. Ni yo manejo profundamente el francés y ni el parisién sabe hablar quechua. Por eso nos respetamos”, dice.

Según la producción, el documental “se gestó ante la inquietud de digitalizar archivos en variados soportes que acumulaba Roberto ‘Coya’ Chavero, el único hijo del matrimonio con Nenette. Él preside la Fundación Atahualpa Yupanqui que sostiene el Museo Agua Escondida en lo que fue la casa de la familia en Cerro Colorado. Allí pudimos acceder a los archivos personales de Atahualpa, que fueron generando las condiciones y los insumos para realizar la película”.

En una reseña que rescata este documental hay una aguda descripción del personaje: “Rasgos aindiados se dibujan sobre el cuello del smoking de quien rescató para los criollos el privilegio del canto de la tierra en el corazón de la ciudad”.

“El hombre es tierra que anda”. Don Ata insiste con esa definición y la pone en práctica. En esa hora y media de película no faltan las escalas de su periplo. Su militancia comunista y su posterior renuncia al partido. La aversión primera al peronismo (”Uno mi voz al clamor de los camaradas tucumanos, que luchan por la recuperación de la dignidad ciudadana y por la extirpación del nazi-peronismo en el norte argentino”). Su proscripción y sus detenciones (”Estuve siete años prohibido; era un muerto civil. No podía ganarme la vida, ni documento tenía porque me lo habían quitado. Entonces me fui a Cerro Colorado (..) He estado dos, tres, cuatro veces en la cárcel. La segunda vez que salí, el pueblo me recibió. De todo pelo: peronista, radical, conservador. ¿A quien recibió? A uno que tocaba la guitarra, chacareras y malambo. Mi única condición buena era esa. Yo no había hecho nada por el pueblo, nada más que cantar”.

Así fue que salió en busca de lo desconocido, incluso, de aquello que terminó siendo conocido, como la escala pentatónica andina, que desde hace siglos suena también en el Tibet. “Me fui porque tenía necesidad de horizonte”, continua el relato. Y así llegó al Japón, que visitó varias veces. Francia, donde murió, terminó siendo por décadas su base de operaciones. Y ya con el paso de los años, en su correspondencia con su esposa Nenette y con su hijo, que siguieron radicados en la Argentina, se notaba que el tiempo le pasaba alguna factura: “Querido hijo, voy noche a noche desarrollando programas de diversa factura. Desarrollando como base los cuatro o cinco temas fundamentales de mi repertorio. Luego canto 25 o 30 temas o solos de guitarra. Una vez en el ring salgo a la pelea y no escucho el gong, luego siento la fatiga física pero voy comprendiendo mi enorme necesidad de entrega y me olvido de mis achacosos 73 eneros. Cantando pasé la vida, cantando gasté mi voz. Navegando en mar de coplas me voy acercando a Dios”.

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